(1910-1997),
fundadora de la Hermanas Misioneras de la Caridad
El amor más
grande, pág. 40 “Dejarlo todo para
seguirle”.
“Las
riquezas, tanto las materiales como las espirituales, pueden ahogarnos si no
las usamos bien. Porque ni siquiera Dios puede poner algo en un corazón que ya
está lleno. Un día surge el deseo de tener dinero y todas las cosas que éste
puede proporcionar, las cosas superfluas, lujos en la comida, exquisiteces en
el vestir. Las necesidades aumentan porque una cosa lleva a la otra, y la
consecuencia es una insatisfacción incontrolable. Conservémonos todo lo vacíos
que podamos para que Dios pueda llenarnos.
Nuestro Dios nos da el ejemplo: desde el
primer día de su existencia humana se crío en una pobreza que ningún ser humano
podrá experimentar jamás, porque “Siendo rico se hizo pobre” (2 Co 8,9). Siendo
rico se vació a sí mismo. En esto es donde está la contradicción. Si deseo ser
pobre como Cristo, que se hizo pobre aun cuando era rico, yo debo hacer lo
mismo. Sería vergonzoso ser más ricos que Jesús, quien soportó la pobreza para
nuestro bien.
En la cruz Cristo no tenía nada. La cruz se
la dio Pilatos; los clavos y la corona, los soldados. Estaba desnudo. Cuando
murió le quitaron la cruz, los clavos y la corona. Lo envolvieron en un trozo
de lienzo donado por un alma caritativa y lo enterraron en una tumba que no le
pertenecía. Aunque podría haber muerto como un rey e incluso haberse librado de la muerte, eligió
la pobreza porque sabía que ése era el auténtico camino para poseer a Dios y
para traer su amor a la tierra”.