Evangelio
según San Mateo 4,1-11.
“Jesús fue
llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.
Después de
ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.
Y el
tentador, acercándose, le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas
piedras se conviertan en panes".
Jesús le
respondió: "Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios".
Luego el
demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del
Templo, diciéndole: "Si tú eres
Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus
ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con
ninguna piedra".
Jesús le
respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
El demonio
lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos
del mundo con todo su esplendor, y le
dijo: "Te daré todo esto, si te postras para adorarme".
Jesús le
respondió: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu
Dios, y a él solo rendirás culto".
Entonces el
demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo”.
Comentario
del Evangelio por San Gregorio Magno (c. 540-604),
papa y
doctor de la Iglesia Homilías sobre el
Evangelio, n° 16
“Pues, así
como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos
justos”(Rm 5,19)
“Examinando el proceso de la tentación del
Señor, podremos comprender con qué amplitud hemos sido librados de la
tentación. El enemigo en el origen se enfrentó al primer hombre, nuestro
antepasado, por tres tentaciones: lo intentó por la glotonería, la vanagloria y
la avaricia… Por la glotonería le mostró la fruta prohibida del árbol y lo
persuadió a comerla. Lo tentó por la vanagloria diciendo: "Seréis como
dioses" (Gn 3,5). Y lo tentó también por la avaricia diciendo:
"Conoceréis el bien y el mal". En efecto, la avaricia no tiene solo
por objeto el dinero, sino también los honores…
Pero cuando tentó al segundo Adán (1 Co
15,47), los mismos medios que le habían servido para hacer caer al primer
hombre vencieron al diablo. Lo tienta por la glotonería pidiéndole: "Manda
que estas piedras se conviertan en panes"; lo tienta por la vanagloria
diciéndole: "Si eres el Hijo de Dios, échate abajo"; Lo tienta por el
ávido deseo de honores, cuando le muestra todos los reinos del mundo y le dice:
"Todo esto, te daré si, postrándote a mis pies, me adoras"... Así
habiendo hecho prisionero al diablo, el segundo Adán lo expulsa de nuestros
corazones por el mismo camino por donde había entrado. Hay otra cosa, que
debemos considerar en la tentación del Señor: podía haber precipitado a su
tentador al abismo, pero no hizo uso de su poder personal; se limitó a
responder al diablo con los preceptos de la Escritura Santa. Lo hizo para
darnos ejemplo de su paciencia, e invitarnos así a recurrir a la enseñanza más
que a la venganza… ¡Ved qué paciencia tiene Dios, y cuál es nuestra
impaciencia! Nos dejamos llevar por el furor tan pronto como la injusticia o la
ofensa nos alcanzan…; el Señor, Él, aguanta la hostilidad del diablo, y le
respondió sólo con palabras de dulzura”.