Evangelio
según San Lucas 4,24-30.
"Ningún profeta es bien recibido en su tierra".
"Ningún profeta es bien recibido en su tierra".
Cuando Jesús
llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: "Les aseguro que
ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les
aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante
tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el
país.
Sin embargo,
a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país
de Sidón.
También
había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno
de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio".
Al oír estas
palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron
y,
levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la
colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús,
pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Comentario
del Evangelio por Guillermo de San Teodorico (c.1085-1148),
monje benedictino
y después cisterciense La Contemplación
de Dios, 12; SC 61 bis
“Había
muchas viudas en Israel.”
Señor, mi alma está desnuda y aterida;
desea calentarse con el calor de tu amor... En la inmensidad del desierto de mi
corazón, no puedo recoger ni unas pocas ramas, sino solamente estas briznas,
para prepararme algo para comer con el puñado de harina y la orza de aceite, y
luego, entrando en mi aposento, me moriré. (cf 1R 17,10ss) O mejor dicho: no
moriré en seguida, no Señor, “no moriré, viviré para contar las proezas del
Señor”(Sal 117,17).
Permanezco en mi soledad...y abro la boca
hacia ti, Señor, buscando aliento. Y alguna vez, Señor... tú me metes alguna
cosa en la boca del corazón; pero no permites que sepa qué es lo que metes.
Ciertamente, saboreo algo muy dulce, tan suave y reconfortante que ya no busco
nada más. Pero cuando lo recibo no me permites que conozca lo que me das...
Cuando recibo tu don, lo quiero retener y rumiar, saborear, pero al instante
desaparece...
Por experiencia
sé lo que tú dices del Espíritu en el evangelio: “...no sabes ni de dónde viene
y ni a dónde va” (Jn 3,8). En efecto, todo lo que he confiado con atención a mi
memoria para poderlo recordar según mi voluntad y saborearlo de nuevo, lo
encuentro muerto e insípido dentro de mí. Oigo la palabra: “El Espíritu sopla
donde quiere” y descubro que dentro de mí sopla no cuando yo quiero sino cuando
Él lo quiere...
“A ti levanto mis ojos, Señor” (Sal
122,1)... ¿Cuánto tiempo esperarás? ¿Cuánto tiempo mi alma dará vueltas cerca
de ti, miserable, ansiosa, agotada? (cf Sal 12,2). Escóndeme, Señor, en el
secreto de tu rostro, lejos de las intrigas humanas, protégeme en tu tienda,
lejos de las lenguas pendencieras (cf Sal 30,21).
Salmo 42(41),2-3.43(42),3-4.
Nostalgia de
la casa del Señor
Como la
cierva sedienta
busca las corrientes de agua,
así mi alma suspira
por ti, mi Dios.
Mi alma tiene sed de Dios,
del Dios viviente:
¿Cuándo iré a contemplar
el rostro de Dios?
Envíame tu luz y tu verdad:
que ellas me encaminen
y me guíen a tu santa Montaña,
hasta el lugar donde habitas.
Y llegaré al altar de Dios,
el Dios que es la alegría de mi vida;
y te daré gracias con la cítara,
Señor, Dios mío.