Evangelio según San Marcos 10,17-27.
“Cuando
Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le
preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida
eterna?".
Jesús le
dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces
los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás
falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le
respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Jesús lo
miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes
y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y
sígueme".
El, al oír
estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para
los ricos entrar en el Reino de Dios!".
Los
discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo:
"Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.
Es más fácil
que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de
Dios".
Los
discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces,
¿quién podrá salvarse?".
Jesús,
fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero
no para Dios, porque para él todo es posible".
Comentario del Evangelio por : San Clemente de Alejandría (150- 215),
teólogo Homilía “¿Se puede salvar el rico?”
“Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”
Ignorar a
Dios es morir; conocerlo es vivir en Él, amarlo, tratar de parecerse a él, esa es la verdadera vida. Si deseáis la vida
eterna... primero tratad de conocerlo,
aun si “nadie lo conoce, si no es por el Hijo y aquel a quien el hijo
considere justo revelárselo” (Mateo
11,27).
Después de
Dios, conoced la grandeza del Redentor y su
gracia inestimable; “la Ley, dijo el apóstol Juan, nos fue dada por Moisés,
pero la gracia y la verdad nos fueron
dadas por Jesucristo” (1,17)...
Si la Ley de
Moisés pudiera darnos la vida eterna,
¿para qué habría venido nuestro Salvador al mundo a sufrir por nosotros desde su nacimiento
hasta su muerte, llevando una vida
totalmente humana? ¿Por qué el
hombre que cumplía tan fielmente desde su
juventud los mandamientos de la Ley se lanzaría a los pies de otro para
pedir la inmortalidad? Este joven observaba toda la Ley, y había
estado apegado a ella desde su
juventud... Pero él bien sabe que
aunque no le falte nada a su virtud, la
vida aún le hace falta. Por eso va a
pedirle al único que se lo puede
conceder; él está seguro de cumplir con la Ley, pero le implora al Hijo de Dios...
Las amarras
de la Ley no lo defendían bien del
balanceo; inquieto, abandona estas aguas
peligrosas y lanza su ancla al puerto
del Salvador.
Jesús no le reprocha haber faltado a la Ley,
sino que comienza a amarle, conmovido
por esta muestra de dedicación. Sin embargo, se declara aún imperfecto...
es un buen obrero de la Ley, pero
es perezoso en lo que respecta a la vida
eterna.
La santa Ley
es como un pedagogo que encamina a los mandamientos perfectos de Jesús (Pablo a
los Gálatas 3,24) y hacia su gracia.
Jesús es “el
resultado de la Ley para que sea
dada la justicia a todos aquellos que creen en Él”. (Romanos 10,4)