Evangelio según San Mateo 6,7-15.
“Jesús dijo
a sus discípulos:
Cuando oren,
no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán
escuchados.
No hagan
como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les
hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren
de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu
Nombre,
que venga tu
Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día.
Perdona
nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes
caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan
sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a
ustedes.
Pero si no
perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes”.
Comentario
del Evangelio por San Cipriano (c.
200-258)
obispo de
Cartago y mártir. La oración del Señor,
11-12
“Santificado
sea tu nombre”
Debemos recordar, hermanos queridos, cuando
llamamos a Dios nuestro Padre, que debemos comportarnos como hijos de Dios…
Debemos ser como templos de Dios (1Co 3,16), para que los hombres puedan ver
que Dios vive en nosotros; nuestros actos no deben ser indignos del Espíritu…
El apóstol Pablo declaró en su carta: " ¿Acaso no sabéis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu?… y no os pertenecéis, pues habéis sido comprados
a buen precio, por eso ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!” (1Co 6,19-20).
Rezamos: "Santificado sea tu
nombre". Esto no es porque deseamos que Dios sea santificado por nuestras
oraciones, sino porque le pedimos al Señor que su nombre sea santificado en
nosotros. ¿Por quién podría ser santificado Dios, ya que es Él quien santifica?
Él mismo dijo: "Sed santos porque yo soy santo" (Lev. 20,26). Por eso
pedimos insistentemente que, ya que hemos sido santificados por el bautismo,
seamos capaces de perseverar en lo que comenzamos a ser. Y rezamos por esto
cada día.