Evangelio
según San Juan 8,1-11.
"El que
no tenga pecado, que arroje la primera piedra".
“Jesús fue
al monte de los Olivos.
Al amanecer
volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a
enseñarles.
Los escribas
y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio
y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha
sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en
la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
Decían esto
para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose,
comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como
insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la
primera piedra".
E
inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas
palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos.
Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le
preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha
condenado?".
Ella le
respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo
Jesús. Vete, no peques más en adelante".
Comentario
del Evangelio por Papa Francisco
Exhortación
apostólica “Evangelii Gaudium / La alegría del Evangelio”
§1-3 (trad.
© copyright Libreria Editrice Vaticana)
"Yo
tampoco te condeno. Vete, y en lo sucesivo no peques más"
“La alegría del Evangelio llena el corazón y
la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por
Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría…
El gran riesgo del mundo actual, con su
múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que
brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres
superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en
los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los
pobres, ya no se escucha la voz de Dios… Los creyentes también corren ese
riesgo, cierto y permanente…
Invito a cada cristiano, en cualquier lugar
y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal
con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de
intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta
invitación no es para él, porque “nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor” (Papa Paulo
VI). Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño
paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos
abiertos.
Éste es el momento para decirle a
Jesucristo: “Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor,
pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito.
Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores”.
¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!
Dios no se cansa nunca de perdonar, somos
nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó
a perdonar “setenta veces siete” (Mt 18,22) nos da ejemplo… Nos vuelve a cargar
sobre sus hombros una y otra vez (Lc 15,5). Nadie podrá quitarnos la dignidad
que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la
cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que
siempre puede devolvernos la alegría”.