Evangelio según San Juan 20,11-18.
"Mujer,
¿por qué lloras? ¿A quién buscas?".
“María se
había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al
sepulcro
y vio a dos
ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del
lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
Ellos le
dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se
han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
Al decir
esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le
preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando
que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has
llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".
Jesús le
dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo:
"¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
Jesús le
dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a
mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de
ustedes'".
María
Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le
había dicho esas palabras”.
Comentario del Evangelio por San Gregorio Palamas (1296-1359),
monje, obispo y teólogo
Homilía 20, sobre los ocho evangelios de la mañana según san Juan; PG 151, 265
“Ve a buscar a mis hermanos”
“La oscuridad reinaba en el exterior,
todavía no era de día, pero aquella pequeña cavidad estaba llena de la luz de
la resurrección. María vio esta luz por la gracia de Dios: su amor por Cristo
creció, y tuvo la fuerza para ver ángeles… que le dijeron: " ¿Mujer, por
qué lloras? Lo que ves en esta pequeña cueva es el cielo o más bien un templo
celeste en lugar de una tumba cavada para ser una prisión… Entonces ¿Por qué
lloras? "… En el exterior, el día permanece indeciso, y el Señor no deja
ver este resplandor divino que le habría hecho que lo reconocieran en el mismo
corazón del sufrimiento. María no lo reconoce… Cuando habló y cuando se dio a
conocer, hasta entonces, aún viéndolo vivo, no tuvo ni idea de su grandeza
divina y se dirigió como a un hombre cualquiera… En un arranque de su corazón,
quiere echarse sobre sus rodillas, y tocar sus pies.
Pero Jesús le dice: "No me toques,
porque el cuerpo del que ahora estoy revestido es muy ligero y más volátil que
el fuego; puede subir al cielo, hasta muy cerca de mi Padre, a lo más alto de
los cielos. Yo todavía no he subido a mi Padre, porque todavía no me he
mostrado a mis discípulos. Ves a encontrarlos; son mis hermanos, porque todos
somos hijos de un solo Padre " (cf Ga 3,26)…
La iglesia donde estamos es el símbolo de
esta cavidad. Es el mejor símbolo: es por decirlo así otro Santo sepulcro. Allí
se encuentra el lugar donde se deposita el cuerpo del Maestro; allí se
encuentra la mesa sagrada. Así pues, el que corra de todo corazón hacia esta
divina tumba, morada verdadera de Dios, aprenderá allí las palabras de los
libros inspirados que le instruirán a manera de los ángeles sobre la divinidad
y la humanidad del Verbo, la Palabra de Dios encarnado.
Y así verá, sin error posible, al mismo
Señor … Porque el que mira con fe la mesa mística y el pan de vida depositado
sobre ella, ve allí en su realidad al Verbo de Dios que se hizo carne por
nosotros y estableció su morada entre nosotros (Jn 1,14). Y si se muestra digno
de recibirlo, no sólo lo ve sino que también participa de su ser; lo recibe en
él para que se quede allí”.