Salmo 105(104),1-2.3-4.6-7.8-9.
“Invitación
a la alabanza”
¡Den gracias
al Señor, invoquen su Nombre,
hagan
conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al
Señor con instrumentos musicales,
pregonen
todas sus maravillas!
¡Gloríense
en su santo Nombre,
alégrense
los que buscan al Señor!
¡Recurran al
Señor y a su poder,
busquen
constantemente su rostro.
Descendientes
de Abraham, su servidor,
hijos de
Jacob, su elegido:
el Señor es
nuestro Dios,
en toda la
tierra rigen sus decretos.
El se
acuerda eternamente de su alianza,
de la
palabra que dio por mil generaciones,
del pacto
que selló con Abraham,
del
juramento que hizo a Isaac.
Evangelio
según San Lucas 24,13-35.
"¡Hombres
duros de entendimiento, cómo les cuesta creer
todo lo que anunciaron los
profetas!”
“Ese mismo
día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a
unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino
hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras
conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo
impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo:
"¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el
semblante triste,
y uno de
ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en
Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!".
"¿Qué
cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el
Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y
de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos
sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo
crucificaron.
Nosotros
esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres
días que sucedieron estas cosas.
Es verdad
que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron
de madrugada al sepulcro
y al no
hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos
ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de
los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían
dicho. Pero a él no lo vieron".
Jesús les
dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que
anunciaron los profetas!
¿No era
necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su
gloria?"
Y comenzando
por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las
Escrituras lo que se refería a él.
Cuando
llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos
le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se
acaba". El entró y se quedó con ellos.
Y estando a
la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los
ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había
desaparecido de su vista.
Y se decían:
"¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos
explicaba las Escrituras?".
En ese mismo
momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron
reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron:
"Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".
Ellos, por
su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan”.
Comentario
del Evangelio por : Juan Pablo II
Carta
Apostólica « Mane nobiscum Domine » §2,11-12
«Cogió el
pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.
Entonces se les abrieron los ojos»
“El relato
de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús nos ayuda a enfocar un primer aspecto del
misterio eucarístico que nunca debe faltar en
la devoción del Pueblo de Dios: ¡La Eucaristía misterio de luz! ¿En qué
sentido puede decirse esto y qué implica
para la espiritualidad y la vida cristiana? Jesús se presentó a sí mismo como la «luz del
mundo» (Jn 8,12), y esta característica
resulta evidente en aquellos momentos de su vida, como la Transfiguración y la Resurrección, en los que
resplandece claramente su gloria divina.
En la Eucaristía, sin embargo, la gloria de Cristo está velada. El Sacramento eucarístico es un «mysterium fidei» por
excelencia. Pero, precisamente a través del
misterio de su ocultamiento total, Cristo se convierte en misterio de
luz, gracias al cual se introduce al
creyente en las profundidades de la vida divina. En una feliz intuición, el célebre icono de la Trinidad de
Rublëv pone la Eucaristía de manera
significativa en el centro de la vida trinitaria. La Eucaristía es luz, ante todo, porque
en cada Misa la liturgia de la Palabra de
Dios precede a la liturgia eucarística, en la unidad de las dos «mesas»,
la de la Palabra y la del Pan. Esta
continuidad aparece en el discurso eucarístico del Evangelio de Juan, donde el anuncio de Jesús
pasa de la presentación fundamental de
su misterio a la declaración de la dimensión propiamente eucarística: «Mi
carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida» (Jn 6,55). Sabemos que
esto fue lo que puso en crisis a gran parte de los oyentes, llevando a
Pedro a hacerse portavoz de la fe de los
otros Apóstoles y de la Iglesia de todos los tiempos: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes
palabras de vida eterna» (Jn 6,68). En
la narración de los discípulos de Emaús Cristo mismo interviene para
enseñar, «comenzando por Moisés y
siguiendo por los profetas», cómo «toda la Escritura» lleva al misterio de su persona (Lc 24,27).
Sus palabras hacen «arder» los corazones
de los discípulos, los sacan de la oscuridad de la tristeza y
desesperación y suscitan en ellos el
deseo de permanecer con Él: «Quédate con nosotros, Señor» (Lc 24,29).