Evangelio según San Juan 3,31-36.
“El que cree en el
Hijo tiene Vida eterna”.
“El que viene de lo
alto está por encima de todos. El que es de la tierra pertenece a la tierra y
habla de la tierra. El que vino del cielo da testimonio de lo que ha visto y
oído, pero nadie recibe su testimonio.
El que recibe su
testimonio certifica que Dios es veraz.
El que Dios envió
dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin medida.
El Padre ama al Hijo
y ha puesto todo en sus manos.
El que cree en el
Hijo tiene Vida eterna. El que se niega a creer en el Hijo no verá la Vida,
sino que la ira de Dios pesa sobre él”.
Comentario del
Evangelio por San Ireneo de Lyon (c.130-c.208),
obispo, teólogo y
mártir Contra la herejías, IV, 37
"El que cree
en el Hijo tiene la vida eterna;
el que se niega a creer no verá la vida"
“Dios hizo libre al
hombre… a fin de que libremente pudiese acoger la Palabra de Dios, sin que éste
lo forzase. Dios, en efecto, jamás se impone a la fuerza, pues en él siempre
está presente el buen consejo. Por eso concede el buen consejo a todos. Tanto a
los seres humanos como a los ángeles… Y esto ni siquiera en el campo de su
actividad, sino también en el dominio de la fe el Señor salvaguardó la
libertad… del hombre. En efecto dijo: "Que se haga conforme a tu fe"
(Mt 9,29). Esto muestra que el ser humano tiene su propia fe, porque también
tiene su libre arbitrio.
Y también: "Todo es posible al que cree" (Mc
9,23). Y: "Vete, que te suceda según tu fe" (Mt 8,13). Todos los
textos semejantes prueban que el ser humano tiene libertad para creer. Por eso
"el que cree tiene la vida eterna, mas el que no cree en el Hijo no tiene
la vida eterna…”
Pero, dicen, hubiera sido necesario que no
hiciese libres ni siquiera a los ángeles, para que no pudieran desobedecer; ni
a los seres humanos que al momento fueron ingratos contra El, por el mismo
hecho de haber sido dotados de razón, capaces de examinar y juzgar; y no son
como los animales irracionales, que nada pueden hacer por propia voluntad… Mas
si así fuera, (los seres humanos) ni se gozarían con el bien, ni valorarían su
comunión con Dios, ni desearían hacer el bien con todas sus fuerzas, pues todo
les sucedería sin su impulso, empeño y deseo propios, sino por puro mecanismo
impuesto desde afuera.
De este modo el bien no tendría ninguna importancia,
pues todo se haría por naturaleza más que por voluntad, de modo que harían el
bien de modo automático, no por propia decisión; y por la misma razón, ni
podrían entender cuán hermoso es el bien, ni podrían gozarlo. Porque, en
efecto, ¿cómo se puede gozar de un bien que no se conoce? ¿Y qué gloria se
seguiría de algo que no se ha buscado? ¿Qué corona se les daría a quienes no la
hubieran conseguido, como quienes la conquistan luchando?... Cuanto más
luchamos por algo, nos parece tanto más valioso; y cuanto más valioso, más lo
amamos”.