Evangelio según San
Juan 14,27-31a.
“Me voy y volveré a
ustedes”.
Jesús dijo a sus
discípulos:
«Les dejo la paz,
les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman !
Me han oído decir:
'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto
al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto
antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho
más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada
puede hacer contra mí,
pero es necesario
que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado.»
Comentario del Evangelio por San Juan XXIII (1881-1963), papa
Encíclica «Pacem in Terris»
«La paz os dejo, mi paz os doy»
“Pertenece a todo creyente ser, en el mundo
de hoy, un destello luminoso, un foco de amor y fermento para toda la masa (Mt
5,14; 13,33). Cada uno lo será según la medida de su unión con Dios. La paz no
reinará entre los hombres si no reina primero en cada uno de ellos, si cada uno
no guarda en sí mismo el orden querido por Dios... En efecto, se trata de una
empresa demasiado sublime y demasiado elevada para que su realización dependa
del poder del hombre dejado a sus solas fuerzas, aunque, por otra parte, tenga
la más laudable buena voluntad. Para que la sociedad humana pueda llegar a ser
la imagen más perfecta del reino de Dios, es absolutamente necesario el auxilio
de lo alto...
Cristo, por su Pasión y por su muerte
venció el pecado –fuente y principio de todas las divisiones, de todas las
miserias y de todos los desequilibrios... «Porque él es nuestra paz... Él, que
vino a anunciaros la paz a vosotros que estabais lejos, y la paz a los que estaban
cerca» (Ef 2,14s). En la sagrada liturgia de estos días resuena este mismo
anuncio: «Cristo resucitado presentándose en medio de sus discípulos, los
saludó diciendo: La paz sea con vosotros. Aleluya. Y los discípulos se gozaron
al ver al Señor» (cf Jn 20, 19s). Cristo nos ha traído la paz, nos ha dejado la
paz: «La paz os dejo, mi paz os doy. No la doy como la da el mundo».
Pidamos, pues, con instantes súplicas al
Redentor, esta paz que él mismo nos trajo. Que él borre de los hombres todo lo
que pueda poner en peligro esta paz y transforme a todos en testigos de la
verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que ilumine con su luz la mente de
los que gobiernan las naciones... Que Cristo encienda las voluntades de todos
para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para
estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la mutua comprensión,
en fin para perdonar los agravios. Así, bajo su acción y amparo, todos los
pueblos se aúnen como hermanos y florezca entre ellos y reine siempre la
anhelada paz”.