"La semilla es la Palabra de Dios".
"En aquel tiempo, como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo, valiéndose de una parábola:
"El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo.
Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad.
Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron.
Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno". Y una vez que dijo esto, exclamó: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".
Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola,
y Jesús les dijo: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender.
La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios.
Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.
Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás.
Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar.
Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia".
Comentario del Evangelio por: San Basilio (c. 330-379),
monje y obispo de Cesárea en Capadocia, doctor de la Iglesia
Homilía 6 sobre la riqueza; PG 31, 262s
“Se multiplicaron los frutos”
"Tú eres el servidor de Dios, un administrador a favor de tus compañeros de trabajo. No creas que todos los bienes que posees están destinados a tu propio consumo […] Hombre, imita la tierra; produce frutos como ella; no te muestres más estéril que una materia inanimada. La tierra misma no madura sus frutos para gozar de eso, sino para ser útil para tu servicio. Y tú, eres en efecto quien recoges los frutos de tu generosidad, ya que la recompensa de las buenas acciones recae sobre los que las hacen. Diste de comer al hambriento; lo que diste vuelve a ti, con intereses.
Así como el grano echado en el surco aprovecha al sembrador, lo mismo el pan dado al hambriento te produce, más tarde, una ganancia inmensa. Cuando llega el tiempo de la cosecha sobre la tierra, es entonces el momento para ti de sembrar allá arriba en el cielo: "Sembrad con justicia" (Os 10,12). ¿Por qué tanta inquietud? ¿Por qué estas preocupaciones y esta diligencia en enterrar tu tesoro? "El buen nombre es más deseable que grandes riquezas" (Pr 22,1).