"Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: "¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?
¿Cómo puedes decir a tu hermano: 'Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo', tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano."
Comentario del Evangelio por: San Efrén (c. 306-373),
diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Sermón 3, (2, 4-5: ed. Lamy, 3, 216-222 – Trad. breviario 09/06)
“Entonces verás claro”
"Señor, con la meridiana luz de tu sabiduría disipa las tinieblas nocturnas de nuestra mente, para que, iluminada, te sirva en la renovación de nuestra vida purificada.
La salida del sol señala el comienzo de las obras de los mortales; prepara tú en nuestros corazones una mansión para aquel día que no tiene ocaso.
Concédenos que en nuestra persona lleguemos a ver la vida resucitada y que nada aparte nuestras mentes de tus delicias.
Imprime en nuestros corazones, por nuestra asidua búsqueda de ti, el sello de ese día sin fin que no comienza con el movimiento y el curso del sol.
A diario te abrazamos en tus sacramentos y te recibimos en nuestro cuerpo. Haznos dignos de sentir en nuestra persona la resurrección que esperamos.
Con la gracia del bautismo hemos escondido tu tesoro en nuestros corazones […]
Que seamos capaces de comprender la belleza de nuestra condición mediante esa belleza espiritual que crea tu voluntad inmortal en las mismas criaturas mortales. […]
Que tu resurrección, oh Jesús, preste su grandeza a nuestro hombre espiritual (Cf. Ef 3,16); que la contemplación de tus misterios nos sirva de espejo para conocerla. (Cf. 1Co 13,12) […]
Concédenos, Señor, llegar cuanto antes a nuestra ciudad y, al igual que Moisés desde la cumbre del monte, poseerla ya por tu revelación". (Dt 34,1)
Sermón 3, (2, 4-5: ed. Lamy, 3, 216-222 – Trad. breviario 09/06)
“Entonces verás claro”
"Señor, con la meridiana luz de tu sabiduría disipa las tinieblas nocturnas de nuestra mente, para que, iluminada, te sirva en la renovación de nuestra vida purificada.
La salida del sol señala el comienzo de las obras de los mortales; prepara tú en nuestros corazones una mansión para aquel día que no tiene ocaso.
Concédenos que en nuestra persona lleguemos a ver la vida resucitada y que nada aparte nuestras mentes de tus delicias.
Imprime en nuestros corazones, por nuestra asidua búsqueda de ti, el sello de ese día sin fin que no comienza con el movimiento y el curso del sol.
A diario te abrazamos en tus sacramentos y te recibimos en nuestro cuerpo. Haznos dignos de sentir en nuestra persona la resurrección que esperamos.
Con la gracia del bautismo hemos escondido tu tesoro en nuestros corazones […]
Que seamos capaces de comprender la belleza de nuestra condición mediante esa belleza espiritual que crea tu voluntad inmortal en las mismas criaturas mortales. […]
Que tu resurrección, oh Jesús, preste su grandeza a nuestro hombre espiritual (Cf. Ef 3,16); que la contemplación de tus misterios nos sirva de espejo para conocerla. (Cf. 1Co 13,12) […]
Concédenos, Señor, llegar cuanto antes a nuestra ciudad y, al igual que Moisés desde la cumbre del monte, poseerla ya por tu revelación". (Dt 34,1)