"El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
"En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!".
Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre".
Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".
Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos".
Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".
Comentario del Evangelio por: Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia
Poesía “ Jesús, amado mío, acuérdate” estrofas 1, 6-8
“El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
"Acuérdate, Jesús, de la gloria del Padre,
del esplendor divino que dejaste en el cielo
al bajar a esta tierra, al desterrarte
de aquella eterna patria
por rescatar a todos los pobres pecadores.
Bajando a las entrañas de la Virgen María,
velaste tu grandeza y tu gloria infinita.
Del seno maternal
de tu segundo cielo
¡Acuérdate! [...]
Acuérdate, Jesús, de que en otras riberas
los mismos astros de oro y la luna de plata
que yo contemplo en el azul sin nubes
tus ojitos de niño
encendieron de gozo y maravilla.
Con la misma manita
con que a tu dulce Madre acariciabas sostenías el mundo y le dabas la vida.
Y pensabas en mí,
¡oh mi pequeño Rey!,
¡Acuérdate!
Acuérdate, Señor, de que en la soledad
con tus divinas manos trabajaste.
Vivir en el olvido fue tu mayor cuidado,
despreciaste la ciencia de los hombres.
Tú que con sola una palabra dicha
por tu divina boca
sumir podías en asombro al mundo,
te complaciste en esconder a todos
tu profundo saber, ciencia infinita.
Pareciste ignorante,
siendo el Omnipotente,
¡acuérdate!
Acuérdate de haber vivido errante,
extranjero en la tierra, ¡oh Verbo eterno!
Ni una piedra tuviste ni un abrigo,
ni tan siquiera el nido que los pájaros tienen...
Ven, ¡oh Jesús!, a mí, reclina tu cabeza,
ven..., para recibirte tengo dispuesta el alma.
Sobre mi corazón
descansa, Amado mío,
¡mi corazón es tuyo!"