Evangelio según San Mateo 7,7-12.
“Jesús dijo
a sus discípulos: Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les
abrirá.
Porque todo
el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Quién de
ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra?
¿O si le
pide un pez, le da una serpiente?
Si ustedes,
que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre
celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!
Todo lo que
deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la
Ley y los Profetas”.
Comentario
del Evangelio por San Agustín (354-430),
obispo de
Hipona (Norte de África) y doctor de la Iglesia
Discurso
sobre los salmos, Sal. 37 (trad. breviario 3º viernes Adviento)
“Pedid y se
os dará”
El salmo dice: “Todo mi deseo está en tu
presencia”. Por tanto, no ante los hombres, que no son capaces de ver el
corazón, sino que todo mi deseo está en tu presencia. Que tu deseo esté en su
presencia; y el Padre, que ve en lo escondido, te atenderá (Mt 6,4). Tu deseo
es tu oración; si el deseo es continuo, continua también es la oración. No en
vano dijo el Apóstol: Orad sin cesar (1Tes 5,17)... ¿Acaso sin cesar nos
arrodillamos, nos prosternamos, elevamos nuestras manos, para que pueda
afirmar: Orad sin cesar? Si decimos que sólo podemos orar así, creo que es
imposible orar sin cesar.
Pero existe otra oración interior y
continua, que es el deseo. Cualquier cosa que hagas, si deseas aquel reposo
sabático, no interrumpes la oración. Si no quieres dejar de orar, no
interrumpas el deseo… Callas cuando dejas de amar. ¿Quiénes se han callado?
Aquellos de quienes se ha dicho: Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la
mayoría (Mt 24,12). La frialdad en el amor es el silencio del corazón. Mientras
la caridad permanece, estás clamando siempre; si clamas siempre, deseas
siempre; y si deseas, te acuerdas de aquel reposo.
“Todo mi deseo está en tu presencia… No se
te ocultan mis gemidos”… Si tu deseo está en tu interior también lo está el
gemido; quizá el gemido no llega siempre a los oídos del hombre, pero jamás se
aparta de los oídos de Dios.