Evangelio según San Mateo 21, 1-11
¡Bendito el
que viene en nombre del Señor!
“Cuando se
acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos,
Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles:
«Vayan al
pueblo que está enfrente,
e
inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría.
Desátenla y
tráiganmelos. Y si alguien les dice
algo, respondan:
“El Señor
los necesita y los va a devolver en seguida”».
Esto sucedió
para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:
Digan a la hija de Sión:
Mira que tu rey viene hacia ti,
humilde y montado sobre un asna,
sobre la cría de un animal de carga.
Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús
les había mandado;
trajeron el asna y su cría, pusieron sus
mantos sobre ellos y Jesús se montó.
Entonces la
mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino,
y otros
cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas.
La multitud
que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
«¡Hosana al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosana en las alturas!».
Cuando
entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban:
«¿Quién es
este?».
Y la gente
respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».
Comentario del Evangelio por Papa Francisco
Homilía del
24/03/2013 (trad. © copyright Librería Editrice Vaticana)
“Hosanna
¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!
Bendito sea el reino que
viene” (Mc 11,9s)
“ Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre de
los discípulos lo acompaña festivamente… La multitud lo aclama como rey. Y él
no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es
Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no
está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente
humilde, sencilla, que tiene el sentido de ver en Jesús algo más; tiene ese
sentido de la fe, que dice: Éste es el Salvador.
Jesús no entra en la Ciudad Santa para
recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a
quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado…; entra para
recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será
objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero…, Jesús entra
en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su
ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz…
¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre
sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos
nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de
Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la
humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los
más débiles, la sed de dinero… Amor al dinero, al poder, la corrupción, las
divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y también
–cada uno lo sabe y lo conoce– nuestros pecados personales: las faltas de amor
y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en la cruz siente
todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en
su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la
cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a
la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho
él aquel día de su muerte”.