Evangelio según San
Juan 10,11-18.
“Mis ovejas me
conocen a mí“.
“Yo soy el buen
Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.
El asalariado, en
cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir
al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.
Como es asalariado,
no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen
Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí
-como el Padre me
conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además,
otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas
oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama
porque yo doy mi vida para recobrarla.
Nadie me la quita,
sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es
el mandato que recibí de mi Padre".
Comentario del
Evangelio por San Juan Pablo II (1920-2005), papa
Homilía del
16/10/2003, en el 25 aniversario de su pontificado (trad. © copyright Libreria
Editrice Vaticana)
“El buen pastor”
"El buen pastor da su vida por sus
ovejas" (Jn 10,11) Cuando Jesús pronunció estas palabras, los apóstoles no
sabían que hablaba de él mismo. Incluso Juan, el apóstol amado, tampoco lo
sabía. Lo ha comprendido en el Calvario, al pie de la cruz, viendo como ofrecía
su vida por sus ovejas. Cuando llegó el momento, para él y para los demás
apóstoles, de asumir esta misma misión, es cuando se acordaron de las palabras
de Jesús. Se dieron cuenta de que serían capaces de llevar a cabo esta misión
hasta el final, solamente porque Jesús había asegurado que sería él mismo quien
actuaría en ellos. Particularmente, Pedro, era consciente de ello, él "el
testigo de la Pasión de Cristo" (1P 5,1), que exhortaba a los ancianos de
la Iglesia con estas palabras: "Sed los pastores del rebaño de Dios que os
ha sido confiado" (1P 5,2).
A lo largo de los siglos, los sucesores de
los apóstoles, guiados por el Espíritu
Santo han continuado su misión de reunir el rebaño de Cristo y conducirlo hacia
el Reino de los Cielos, conscientes de que ellos mismos no pueden asumir una
responsabilidad tal, mas que "por Cristo, con Cristo y en Cristo".
Yo mismo he tomado conciencia de ello
cuando el Señor me ha llamado a ejercer la misión de Pedro en esta ciudad muy
amada de Roma y al servicio del mundo entero. Desde el principio de mi
pontificado, mis pensamientos, mis oraciones y mis acciones todas han estado
animadas por un único deseo: dar testimonio de que Cristo, el Buen Pastor, está
presente y actuante en la Iglesia. Él va continuamente buscando a la oveja
perdida, la lleva al redil, cura sus heridas; pone toda su atención en la oveja
débil y enferma, y protege a la robusta (Ez 34,16). Es por eso que, desde el
primer día, no he dejado de exhortar: "¡No tengáis miedo de acoger a
Cristo, de aceptar su poder!" Y yo lo repito aún hoy con fuerza:
"¡Abrid, abrid todas las puertas a Cristo! ¡Dejaos guiar por él! ¡Tened
confianza en su amor!"