"Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".
Comentario del Evangelio por : Anastasio de Sinaí (c 700),
monje Homilía para la fiesta de la Transfiguración
“Aparecieron Moisés y Elías, hablando con él”
"Hoy, en efecto, el Señor ha aparecido verdaderamente en la montaña. Hoy la naturaleza humana, creada al principio a imagen de Dios, pero oscurecida por las figuras deformantes de los ídolos, ha sido trasfigurada en la antigua belleza del hombre creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27). Hoy en la montaña, la naturaleza, que se había extraviado en la idolatría en las montañas, ha sido transformada sin dejar de ser la misma, y ha brillado con la claridad resplandeciente de la divinidad. Hoy, en la montaña, el que estaba vestido con sombrías y tristes túnicas de pieles, de que habla el Génesis (cf. 3, 21), se ha puesto el vestido divino, envolviéndose en la luz como en un manto (Sal 103,2).
Moisés contempla de nuevo el fuego que no consumía el matorral (Ex 3,2), pero que da la vida a toda carne […], y dice: "ahora te veo, tú que existes verdaderamente y por siempre, tú que estás con el Padre y que me dijiste: 'Yo soy el que soy' (v. 14) […] Ahora te veo, tú al que deseaba ver en otro tiempo diciendo: 'Déjame contemplar tu gloria' (ex 33,18). Tampoco te veo de espaldas, escondido en el hueco del peñasco (v. 23), pero te veo, Dios lleno de amor por los hombres, escondido en una forma humana. No me proteges con tu derecha (v. 22), pero eres la Derecha del Altísimo revelada en el mundo. A la vez eres el mediador de la Antigua y de la Nueva Alianza, El Dios antiguo y el hombre nuevo. […]
"Tú que me dijiste sobre el Sinaí: 'un ser humano no puede verme y quedar con vida' (v. 20), cómo podemos contemplarte ahora cara a cara sobre la tierra, en la carne? ¿Cómo vives entre los hombres? ¿Tú que eres la vida y que das la vida, cómo te apresuras hacia la muerte? ¿Tú que permaneces entre los seres en lo más alto de los cielos, cómo te acercas hacia los seres más dejados aquí abajo, hacia los que murieron? [...] Porque quieres aparecer también en los que se durmieron desde hace siglos, visitar a los patriarcas en la estancia de los muertos, bajar a librar a Adán de sus dolores" […] Porque así es como "resplandecerán los justos en el momento de la resurrección" (Mt 13,43); así es como serán glorificados, así como serán transfigurados".
“Aparecieron Moisés y Elías, hablando con él”
"Hoy, en efecto, el Señor ha aparecido verdaderamente en la montaña. Hoy la naturaleza humana, creada al principio a imagen de Dios, pero oscurecida por las figuras deformantes de los ídolos, ha sido trasfigurada en la antigua belleza del hombre creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27). Hoy en la montaña, la naturaleza, que se había extraviado en la idolatría en las montañas, ha sido transformada sin dejar de ser la misma, y ha brillado con la claridad resplandeciente de la divinidad. Hoy, en la montaña, el que estaba vestido con sombrías y tristes túnicas de pieles, de que habla el Génesis (cf. 3, 21), se ha puesto el vestido divino, envolviéndose en la luz como en un manto (Sal 103,2).
Moisés contempla de nuevo el fuego que no consumía el matorral (Ex 3,2), pero que da la vida a toda carne […], y dice: "ahora te veo, tú que existes verdaderamente y por siempre, tú que estás con el Padre y que me dijiste: 'Yo soy el que soy' (v. 14) […] Ahora te veo, tú al que deseaba ver en otro tiempo diciendo: 'Déjame contemplar tu gloria' (ex 33,18). Tampoco te veo de espaldas, escondido en el hueco del peñasco (v. 23), pero te veo, Dios lleno de amor por los hombres, escondido en una forma humana. No me proteges con tu derecha (v. 22), pero eres la Derecha del Altísimo revelada en el mundo. A la vez eres el mediador de la Antigua y de la Nueva Alianza, El Dios antiguo y el hombre nuevo. […]
"Tú que me dijiste sobre el Sinaí: 'un ser humano no puede verme y quedar con vida' (v. 20), cómo podemos contemplarte ahora cara a cara sobre la tierra, en la carne? ¿Cómo vives entre los hombres? ¿Tú que eres la vida y que das la vida, cómo te apresuras hacia la muerte? ¿Tú que permaneces entre los seres en lo más alto de los cielos, cómo te acercas hacia los seres más dejados aquí abajo, hacia los que murieron? [...] Porque quieres aparecer también en los que se durmieron desde hace siglos, visitar a los patriarcas en la estancia de los muertos, bajar a librar a Adán de sus dolores" […] Porque así es como "resplandecerán los justos en el momento de la resurrección" (Mt 13,43); así es como serán glorificados, así como serán transfigurados".