13/03/2014

En camino a la Misión Territorial: Cruzando el desierto Cuaresmal para preparar la Misión

El Verbo al hacerse verdadero hombre debe también sufrir la tentación y debe caminar el desierto como preparación a su misión, camino que también ha de recorrer la Iglesia de todos los tiempos.
“Cruzar el desierto cuaresmal junto al Dios hecho hombre”

Por Juan Pablo Espinosa Arce profesor de Religión y Filosofía y Secretario Ejecutivo del Departamento Diocesano de Pastoral Juvenil de la diócesis de Rancagua.

La cuaresma, tiempo litúrgico propicio para la conversión y para las prácticas anuales del ayuno, la limosna y la oración (Cf. Mt 6,1-16), nos invita a tener una actitud que es clave: cruzar el desierto. Atravesar el desierto, desde una óptica bíblica, significa un tiempo de preparación, de prueba. El Israel de la primera alianza caminó durante cuarenta años el desierto como preparación a la Alianza y a su formación definitiva como el Pueblo de Dios.
Jesús, luego del bautismo, va impulsado por el Espíritu al desierto para preparar su misión. En esta tercera
reflexión2 en vistas a nuestra Misión Territorial que ya comenzamos a preparar, queremos apropiarnos del imaginario simbólico bíblico de cruzar el desierto cuaresmal, el cual lo presentaremos como una consecuencia de la Encarnación del Verbo. El Verbo al hacerse verdadero hombre debe también sufrir la tentación y debe caminar el desierto como preparación a su misión, camino que también ha de recorrer la Iglesia de todos los tiempos.

Cruzar el desierto es un momento pascual

La imagen del desierto es típica en las historias bíblicas y muchas son sus significaciones, las que van desde ser un signo de maldición, esto porque en el no hay vida, es más, en él habitan demonios (Lv 16,10), o también que en él se confinan a los enfermos, a los poseídos, a los diferentes (Cf. Mc 1,40-45)4. A pesar de estos significados de carácter más negativo, y según Léon-Dufour, el punto de vista más dominante sobre el desierto en el pensamiento bíblico es el que dice que “Dios quiso hacer pasar a su pueblo por esta tierra espantosa (Dt 1,19), para hacerle entrar en la tierra en la que fluyen leche y miel”. Con esto, se presenta que la travesía por el desierto adquiere un sentido pascual; pascual en el sentido del paso de Israel de una condición marcada por la opresión y la esclavitud a una realidad totalmente nueva, a una re-creación desde la promesa de la tierra abundante.

 En el desierto se sufren las penurias. Se experimenta la duda, el vacío y acontece la murmuración, la queja contra Dios y su enviado. El que quiera cruzar el desierto para llegar al lugar de la vida, debe saber que su transitar no será fácil. Objetivamente el pueblo de Israel lo pasó mal. Pero a pesar de ello, en ese mismo desierto firma su alianza con Yahvé (Ex 19), en la cual se hace de Israel una nación consagrada al servicio santo de su Dios.
Se dice que serán un reino de sacerdotes y una nación santa (Ex 19,6). Esta es la misión del pueblo que es creado en el desierto, del pueblo que experimentó su pascua, su purificación en medio de las tierras vacías. Allí, donde hubo esclavitud ahora hay un pueblo libre, pero no exento de pecado.
 Luego de esta experiencia de Israel en el desierto, viene un periodo en el cual se habla de un ‘desierto ideal’, en el cual muchos grupos religiosos como los esenios, van a vivir a la zona de Qumrán en el desierto de Judea para esperar la irrupción definitiva de Dios que vendría a purificar, en este caso, el sacerdocio de Jerusalén con la posterior instauración de un Templo no hecho por manos humanas. Esta conciencia apocalíptica y escatológica, también se comprende como la esperanza en que el desierto florecerá bajo los pies del Mesías que viene al final de los tiempos (Is 32,15; 35,1). Es así como León-Dufour sostiene “la salvación del fin de los tiempos se presenta en ciertos apocalipsis como la transformación del desierto en paraíso; el Mesías aparecerá entonces en el desierto (…) el desierto no es sino una ocasión de convertirse con miras al Mesías que viene”. Se espera así la pascua definitiva, la llegada del enviado, de Cristo Jesús.


La Encarnación del Verbo como paso por el desierto

El prólogo de Juan que es un himno cristológico a la Palabra Encarnada nos dice “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y verdad” (Jn 1,14). ¿Qué consecuencias tiene la encarnación? ¿Cómo se relaciona con el paso por el desierto, con la pascua? Algunas traducciones bíblicas optan por decir que el Verbo coloca su tienda en medio de nosotros. Esta imagen es sugerente. El que coloca la tienda es el nómade, el peregrino. Nos recuerda a los grandes peregrinos del Israel de la primera alianza. A Abraham que recibe a Dios en la tienda de Mambré (Gn 18), o a los hebreos que peregrinaron en el desierto y levantaron sus pobres tiendas, lo cual terminó siendo una fiesta religiosa, la fiesta de las chozas o el sucot  que hasta hoy se continúa celebrando.

El Verbo al colocar su tienda en medio de nosotros sus hermanos, nos hace comprender que su venida se realizó en la pobreza, en la precariedad del paso por el desierto. El Papa Francisco, en su mensaje para la Cuaresma de este año, nos dice: “Dios no se revela mediante le poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza (…) Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se vació, para ser en todo semejante a nosotros” (Mensaje de Cuaresma de Francisco, 2014). El desnudarse o vaciarse del Verbo, se conoce como la kénosis, concepto griego que Pablo lo utiliza en el himno de los Filipenses en donde se dice que Cristo “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2,6-7). El Verbo hecho esclavo y semejante a los hombres pasa por el desierto, es decir, asume toda la humanidad. Jesucristo es la imagen del pueblo peregrino por el desierto de la prueba, de las tentaciones, pero que a diferencia del primer Israel se mantiene fiel a Dios. No murmura sino que obedece y no duda en darse hasta la muerte, y “una muerte de cruz”. Su donación, libre y voluntaria, pasa por el discernimiento y por la preparación que Él vive luego de su bautismo en el Jordán.

Combate cuerpo a cuerpo en el desierto

Hemos querido en esta tercera reflexión seguir un itinerario bíblico desde la imagen de la travesía por el desierto; primero desde la vida del pueblo de Israel luego de la opresión de Egipto y cuál es la imagen que se tendrá posteriormente del desierto en la esperanza de la venida del Mesías que hará florecer la tierra sin vida. Luego, acudimos al texto de Juan para comprender que Jesucristo, con su Encarnación, pasa de alguna forma por el desierto desde su asumir la humanidad, y todo lo que ello conlleva, entre esto la tentación y la duda. En el desierto evidenciamos nuestro ser verdaderamente humanos, y Jesús de Nazaret lo fue en plenitud. Esto y siguiendo la fórmula cristológica de San Ireneo, es necesario para la salvación, ya que “lo que es asumido es redimido”. Para que gustemos la salvación, fue necesaria la Encarnación y el paso por el desierto del Verbo.
Gracias a su experimentar la duda y salir victorioso de ella, nosotros sabemos que podemos también vencerla por medio de la gracia. En este último momento de la reflexión, queremos volver a leer el texto de la estancia de Jesús en el desierto y cuáles son las consecuencias que le quedan a la Iglesia desde este combate cuerpo a cuerpo en la tierra desértica.

 El evangelio de Marcos, relato cronológicamente más antiguo (escrito entre el 50 y el 60 d.C), narra la estancia de Jesús en el desierto de manera sucinta. Lo narra así “Inmediatamente el Espíritu lo llevó al desierto, donde pasó cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía con las fieras y los ángeles le servían” (Mc 1,12-13). Este texto en relación a sus paralelos (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13), es bastante escueto y se limita a sostener que Jesús en el desierto fue tentado. No tenemos la mención a las tres tentaciones de las tradiciones de Mateo y Lucas. Ahora, ¿cómo entendemos este pasaje de Marcos? Hemos de sostener en primer lugar que Jesús a pesar de su mesianismo y su filiación divina, no se sustrae de su pertenencia al género humano. Por el contrario, se hace uno en la lucha que el mismo hombre y que la misma mujer deben librar cuerpo a cuerpo con las tentaciones y las dudas. Jesús “como verdadero hombre, tiene que vivir el desierto de la prueba y recorrer el duro camino – al igual que lo hizo el pueblo de Israel – que conduce a la salvación”.

 La Iglesia, si quiere permanecer fiel a Jesús, ha de experimentar el difícil pero salvador paso por el desierto. Ella, la Iglesia, es el nuevo Israel, su plenitud, que fue preparada admirablemente desde el comienzo del mundo y que tuvo su cumplimiento con la venida de Jesús, con su Encarnación, con su vida y con su Misterio Pascual y Pentecostés. La Iglesia está llamada a encarnarse en su contexto, a atreverse a cruzar el desierto cuaresmal, a vivir la pascua, el paso de conversión pero no como una mera verbalización, sino que como un auténtico compromiso, viviendo una verdadera implicación, así como lo hizo Jesús al descender hasta colocar su tienda entre nosotros. La Encarnación y el paso por el desierto en otras palabras es “estar donde las papas queman”, así como nos lo ha recordado Francisco haciendo mención del bautismo de Jesús en su mensaje cuaresmal de este año “cuando Jesús entra en las aguas del Jordán (…) lo hace para estar en medio de la gente necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos y liberarnos de nuestra miseria”; y el mismo Francisco se pregunta ¿cómo sigue haciendo esto Cristo hoy?, y la respuesta es clara y contundente “sigue salvando a los hombres y salvando al mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es pueblo de pobres”, es decir, Cristo exige que la Iglesia viva la Encarnación y el paso por el desierto que se traduce en su compromiso, su amor por el pobre, su lucha contra la tentación del poder, del dinero, de la autosuficiencia. ¿Cuál es finalmente el desafío para la comunidad creyente?  Acampar entre los hombres: El desafío eclesial para la Misión Territorial

Al finalizar este caminar reflexivo, consideramos que el desafío para la Iglesia Chilena en este tiempo de Misión Territorial es que podamos acampar entre los hombres. El Verbo de Dios colocó su tienda entre nosotros, es decir, se hizo nómade, peregrino y es más, no tiene ni siquiera donde reclinar su cabeza (Cf. Mt 8,20). Es un hombre ‘de salida’, es des-centrado, extrovertido, lanzado hacia los demás, hacia los suyos. La esencia del cristiano es por tanto imitar a su Maestro. El cristiano y la cristiana que quieren ser misioneros en este tiempo de la historia deben ser ‘callejeros de la fe’ como bella y simplemente ha dicho Francisco. Que el Verbo haya acampado entre nosotros, ¿no es acaso un momento en el que se hace lío? La Encarnación es paradójica, es radicalmente novedosa y sorpresiva. Dios, el Eterno, fue capaz de abajarse, de someterse a la condición humana.
Su Encarnación fue la ‘revolución de la ternura’ (EG 88), y esa ternura se expresó también en su paso peregrino por el desierto. En el desierto aprende a amar a los suyos, especialmente a los pobres. Es más, y siguiendo a Francisco en Evangelii Gaudium, “La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40)” (EG 179). Ese es el desafío de la Iglesia que debe recorrer el camino cuaresmal por el desierto de la historia. ¡HAY QUE ACAMPAR ENTRE NUESTROS HERMANOS! ¡HAY QUE SER IGLESIA DE SALIDA!

Este es finalmente el paso por el desierto de la Cuaresma que nace como consecuencia de la Encarnación.
Este “es el misterio de la Kénosis de Dios en Jesucristo, que debe repetirse en nuestras comunidades eclesiales. Y esta humillación es la aceptación sin reservas de los otros, el pleno compromiso con ellos en sus desgracias, en su circunstancia concreta. Dios estará entonces a punto de resucitar”11. Si asumimos por tanto que la Cuaresma es el grito de esperanza del pueblo de los pobres, de la Iglesia, añorando que su Señor salga victorioso del sepulcro y confirme que la muerte no tiene ya poder sobre el hombre, ahí y sólo ahí podremos decir: ¡Sí! ¡Hemos recorrido exitosamente el desierto de la duda, de la tentación, el desierto en donde somos verdaderamente hombres y mujeres junto al Verbo Encarnado! ¡Sí! ¡Ahora podremos volver con Jesús del desierto y anunciar que el tiempo se ha cumplido, que el Reino de Dios ha llegado!12 ¡Sí! ¡Ahora es el tiempo, ahora es el hoy de la salvación en donde la misión de anunciar a todos los pueblos ese mismo Reino y su Evangelio que no son otra cosa que la persona misma de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, se debe hacer tiempo de compromiso y consecuencia!

¡BUEN RECORRIDO POR EL DESIERTO CUARESMAL JUNTO AL VERBO ENCARNADO!


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Yo también ato la influencia de cualquier alma perdida o caída que pueda estar presente y todos los emisarios de los cuarteles satánicos o cualquier asamblea de brujos o hechiceros o adoradores de satanás que puedan estar presente en algún modo preternatural. ­ Yo clamo a la sangre de Jesús en el aire, atmósfera, agua, fuego, viento, la tierra y todos sus frutos, y debajo de la tierra. En el nombre de Jesucristo yo le prohíbo a todos los adversarios mencionados que se comunique o ayuden unos a otros de cualquier modo, o que se comuniquen conmigo, o que hagan cualquier cosa excepto que yo les mando en el nombre de Jesús. En el nombre de Jesucristo yo sello este lugar y a todos los presentes y a todos los familiares, amigos y conocidos de los presentes, y también sus lugares, posesiones y fuentes de aprovisionamiento en la sangre de Jesús. (Repetir tres veces) En el nombre de Jesucristo yo le prohíbo a cualquier espíritu perdido, asamblea de brujos, grupos, satánicos, o emisarios o cualquiera de sus colaboradores que me hagan daño o que tomen venganza sobre mí; mi familia y mis conocidos o causen daños a cualquier cosa que nosotros tenemos. En el nombre de Jesucristo y por los méritos de su preciosísima sangre, yo rompo y disuelvo cualquier maleficio, hechizo, encantamiento, ardid, brujería, atadura, trampa, engaño, mentira, tropiezo, obstáculo, decepción, desvío, o distracción, cadena espiritual o influencia espiritual, también toda enfermedad del cuerpo del alma, mente o espíritu puesta sobre nosotros o sobre este lugar,. o sobre cualquiera de las personas, lugares o cosas mencionadas por cualquier agente o atraída sobre nosotros por nuestros propios errores o pecados. (repetir tres veces) Yo ahora coloco la cruz de Jesucristo entre mi y todas las generaciones en mi árbol genealógico. Yo declaro en el nombre de Jesucristo que no va a haber comunicación directa entre las generaciones. Toda comunicación será filtrada por medio de. la preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. María inmaculada cúbreme en la luz, poder y fuerza de tu fe. Padre, por favor envía los ángeles y santos para que me asistan. Gracias, Señor Jesús, por ser mi sabiduría, mi justicia, mi santificación, mi redención. Yo me rindo al ministerio de tu Espíritu Santo, y recibo tu verdad en cuanto a la sanación intergeneracional. . Gloria, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, por los siglos de los siglos, Amen. ORACIÓN DE LIBERACIÓN (Monseñor Morales) Señor nuestro Jesucristo te adoro, te alabo, te bendigo, gracias por tu infinito amor por el que te has hecho uno de nosotros naciendo de la Virgen María y por el que subiste a la Cruz para dar tu vida por nosotros. Gracias por tu sangre preciosísima con que nos has redimido. Con tu sangre preciosísima brotada de tus sacratísimas sienes traspasadas por espinas: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Con tu sangre preciosísima brotada de tu hombro y espalda llagados por la Cruz a cuestas: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Con tu sangre preciosísima brotada de tu costado abierto por la lanza: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Con tu sangre preciosísima brotada de tus pies y de tus manos traspasados por los clavos: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Con tu sangre preciosísima brotada de todo tu cuerpo llagado por los azotes: cúbrenos, séllanos, lávanos, purifícanos, libéranos, destruye en nosotros todo pecado, toda iniquidad, todo poder maligno, todo poder satánico. Tres veces Gloria Amén, Amén, Amén. PLEGARIA DE LIBERACIÓN Oh, Señor, tú eres grande, tú eres Dios, tú eres Padre, nosotros te rogamos, por la intercesión y con la ayuda de los arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel, que nuestros hermanos y hermanas sean liberados del maligno que los ha esclavizado. Oh, santos, venid todos en nuestra ayuda. De la angustia, la tristeza y las obsesiones, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. Del odio, la fornicación y la envidia, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. De los pensamientos de celos, de rabia y de muerte, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. De todo pensamiento de suicidio y de aborto, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. De toda forma de desorden en la sexualidad , nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. De la división de la familia, de toda amistad mala: Líbranos, oh Señor. De toda forma de maleficio, de hechizo, de brujería y de cualquier mal oculto, nosotros te rogamos: Líbranos, oh Señor. Oh, Señor, que dijiste “la paz os dejo, mi paz os doy”, por la intercesión de la Virgen María concédenos ser librados de toda maldición y gozar siempre de tu paz. Por Cristo Nuestro Señor. ¡Amén!

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