“Cruzar el desierto cuaresmal junto al Dios hecho hombre”
Por Juan
Pablo Espinosa Arce profesor de Religión y Filosofía y Secretario Ejecutivo del
Departamento Diocesano de Pastoral Juvenil de la diócesis de Rancagua.
La cuaresma,
tiempo litúrgico propicio para la conversión y para las prácticas anuales del
ayuno, la limosna y la oración (Cf. Mt 6,1-16), nos invita a tener una actitud
que es clave: cruzar el desierto. Atravesar el desierto, desde una óptica
bíblica, significa un tiempo de preparación, de prueba. El Israel de la primera
alianza caminó durante cuarenta años el desierto como preparación a la Alianza
y a su formación definitiva como el Pueblo de Dios.
Jesús, luego
del bautismo, va impulsado por el Espíritu al desierto para preparar su misión.
En esta tercera
reflexión2
en vistas a nuestra Misión Territorial que ya comenzamos a preparar, queremos
apropiarnos del imaginario simbólico bíblico de cruzar el desierto cuaresmal,
el cual lo presentaremos como una consecuencia de la Encarnación del Verbo. El
Verbo al hacerse verdadero hombre debe también sufrir la tentación y debe caminar
el desierto como preparación a su misión, camino que también ha de recorrer la
Iglesia de todos los tiempos.
Cruzar el
desierto es un momento pascual
La imagen
del desierto es típica en las historias bíblicas y muchas son sus significaciones,
las que van desde ser un signo de maldición, esto porque en el no hay vida, es
más, en él habitan demonios (Lv 16,10), o también que en él se confinan a los
enfermos, a los poseídos, a los diferentes (Cf. Mc 1,40-45)4. A pesar de estos
significados de carácter más negativo, y según Léon-Dufour, el punto de vista más
dominante sobre el desierto en el pensamiento bíblico es el que dice que “Dios
quiso hacer pasar a su pueblo por esta tierra espantosa (Dt 1,19), para hacerle
entrar en la tierra en la que fluyen leche y miel”. Con esto, se presenta que
la travesía por el desierto adquiere un sentido pascual; pascual en el sentido
del paso de Israel de una condición marcada por la opresión y la esclavitud a
una realidad totalmente nueva, a una re-creación desde la promesa de la tierra
abundante.
En el desierto se sufren las penurias. Se
experimenta la duda, el vacío y acontece la murmuración, la queja contra Dios y
su enviado. El que quiera cruzar el desierto para llegar al lugar de la vida,
debe saber que su transitar no será fácil. Objetivamente el pueblo de Israel lo
pasó mal. Pero a pesar de ello, en ese mismo desierto firma su alianza con
Yahvé (Ex 19), en la cual se hace de Israel una nación consagrada al servicio
santo de su Dios.
Se dice que
serán un reino de sacerdotes y una nación santa (Ex 19,6). Esta es la misión
del pueblo que es creado en el desierto, del pueblo que experimentó su pascua,
su purificación en medio de las tierras vacías. Allí, donde hubo esclavitud
ahora hay un pueblo libre, pero no exento de pecado.
Luego de esta experiencia de Israel en el
desierto, viene un periodo en el cual se habla de un ‘desierto ideal’, en el
cual muchos grupos religiosos como los esenios, van a vivir a la zona de Qumrán
en el desierto de Judea para
esperar la irrupción definitiva de Dios que vendría a purificar, en este caso,
el sacerdocio de Jerusalén con la posterior instauración de un Templo no hecho
por manos humanas. Esta conciencia apocalíptica y escatológica, también se
comprende como la esperanza en que el desierto florecerá bajo los pies del
Mesías que viene al final de los tiempos (Is 32,15; 35,1). Es así como
León-Dufour sostiene “la salvación del fin de los tiempos se presenta en
ciertos apocalipsis como la transformación del desierto en paraíso; el Mesías
aparecerá entonces en el desierto (…) el desierto no es sino una ocasión de
convertirse con miras al Mesías que viene”. Se espera así la pascua definitiva,
la llegada del enviado, de Cristo Jesús.
La
Encarnación del Verbo como paso por el desierto
El prólogo
de Juan que es un himno cristológico a la Palabra Encarnada nos dice “La
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos contemplado su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y verdad”
(Jn 1,14). ¿Qué consecuencias tiene la encarnación? ¿Cómo se relaciona con el
paso por el desierto, con la pascua? Algunas traducciones bíblicas optan por
decir que el Verbo coloca su tienda en medio de nosotros. Esta imagen es
sugerente. El que coloca la tienda es el nómade, el peregrino. Nos recuerda a
los grandes peregrinos del Israel de la primera alianza. A Abraham que recibe a
Dios en la tienda de Mambré (Gn 18), o a los hebreos que peregrinaron en el
desierto y levantaron sus pobres tiendas, lo cual terminó siendo una fiesta
religiosa, la fiesta de las chozas o el sucot que hasta hoy se continúa celebrando.
El Verbo al
colocar su tienda en medio de nosotros sus hermanos, nos hace comprender que su
venida se realizó en la pobreza, en la precariedad del paso por el desierto. El
Papa Francisco, en su mensaje para la Cuaresma de
este año, nos dice: “Dios no se revela mediante le poder y la riqueza del mundo,
sino mediante la debilidad y la pobreza (…) Cristo, el Hijo eterno de Dios,
igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de
nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se vació, para ser en
todo semejante a nosotros” (Mensaje de Cuaresma de Francisco, 2014). El
desnudarse o vaciarse del Verbo, se conoce como la kénosis, concepto griego que
Pablo lo utiliza en el himno de los Filipenses en donde se dice que Cristo “a pesar
de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació
de sí y tomó la condición de esclavo haciéndose semejante a los hombres” (Flp
2,6-7). El Verbo hecho esclavo y semejante a los hombres pasa por el desierto,
es decir, asume toda la humanidad. Jesucristo es la imagen del pueblo peregrino
por el desierto de la prueba, de las tentaciones, pero que a diferencia del
primer Israel se mantiene fiel a Dios. No murmura sino que obedece y no duda en
darse hasta la muerte, y “una muerte de cruz”. Su donación, libre y voluntaria,
pasa por el discernimiento y por la preparación que Él vive luego de su
bautismo en el Jordán.
Combate
cuerpo a cuerpo en el desierto
Hemos
querido en esta tercera reflexión seguir un itinerario bíblico desde la imagen
de la travesía por el desierto; primero desde la vida del pueblo de Israel
luego de la opresión de Egipto y cuál es la imagen que se tendrá posteriormente
del desierto en la esperanza de la venida del Mesías que hará florecer la
tierra sin vida. Luego, acudimos al texto de Juan para comprender que
Jesucristo, con su Encarnación, pasa de alguna forma por el desierto desde su
asumir la humanidad, y todo lo que ello conlleva, entre esto la tentación y la
duda. En el desierto evidenciamos nuestro ser verdaderamente humanos, y Jesús
de Nazaret lo fue en plenitud. Esto y siguiendo la fórmula cristológica de San
Ireneo, es necesario para la salvación, ya que “lo que es asumido es redimido”.
Para que gustemos la salvación, fue necesaria la Encarnación y el paso por el
desierto del Verbo.
Gracias a su
experimentar la duda y salir victorioso de ella, nosotros sabemos que podemos
también vencerla por medio de la gracia. En este último momento de la
reflexión, queremos volver a leer el texto de la estancia de Jesús en el
desierto y cuáles son las consecuencias que le quedan a la Iglesia desde este
combate cuerpo a cuerpo en la tierra desértica.
El evangelio de Marcos, relato
cronológicamente más antiguo (escrito entre el 50 y el 60 d.C), narra la estancia
de Jesús en el desierto de manera sucinta. Lo narra así “Inmediatamente el Espíritu
lo llevó al desierto, donde pasó cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía
con las fieras y los ángeles le servían” (Mc 1,12-13). Este texto en relación a
sus paralelos (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13), es bastante escueto y se limita a
sostener que Jesús en el desierto fue tentado. No tenemos la mención a las tres
tentaciones de las tradiciones de Mateo y Lucas. Ahora, ¿cómo entendemos este
pasaje de Marcos? Hemos de sostener en primer lugar que Jesús a pesar de su mesianismo
y su filiación divina, no se sustrae de su pertenencia al género humano. Por el
contrario, se hace uno en la lucha que el mismo hombre y que la misma mujer
deben librar cuerpo a cuerpo con las tentaciones y las dudas. Jesús “como
verdadero hombre, tiene que vivir el desierto de la prueba y recorrer el duro
camino – al igual que lo hizo
el pueblo de Israel – que conduce a la salvación”.
La Iglesia, si quiere permanecer fiel a Jesús,
ha de experimentar el difícil pero salvador paso por el desierto. Ella, la
Iglesia, es el nuevo Israel, su plenitud, que fue preparada admirablemente
desde el comienzo del mundo y que tuvo su cumplimiento con la venida de Jesús,
con su Encarnación, con su vida y con su Misterio Pascual y
Pentecostés. La Iglesia está llamada a encarnarse en su contexto, a atreverse a
cruzar el desierto cuaresmal, a vivir la pascua, el paso de conversión pero no
como una mera verbalización, sino que como un auténtico compromiso, viviendo
una verdadera implicación, así como lo hizo Jesús al descender hasta colocar su
tienda entre nosotros. La Encarnación y el paso por el desierto en otras palabras
es “estar donde las papas queman”, así como nos lo ha recordado Francisco haciendo
mención del bautismo de Jesús en su mensaje cuaresmal de este año “cuando Jesús
entra en las aguas del Jordán (…) lo hace para estar en medio de la gente necesitada
de perdón, entre nosotros, pecadores y cargar con el peso de nuestros pecados.
Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos y liberarnos de
nuestra miseria”; y el mismo Francisco se pregunta ¿cómo sigue haciendo esto
Cristo hoy?, y la respuesta es clara y contundente “sigue salvando a los
hombres y salvando al mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace
pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es pueblo de
pobres”, es decir, Cristo exige que la Iglesia viva la Encarnación y el paso
por el desierto que se traduce en su compromiso, su amor por el pobre, su lucha
contra la tentación del poder, del dinero, de la autosuficiencia. ¿Cuál es
finalmente el desafío para la comunidad creyente? Acampar entre los hombres: El desafío eclesial
para la Misión Territorial
Al finalizar
este caminar reflexivo, consideramos que el desafío para la Iglesia Chilena en
este tiempo de Misión Territorial
es que podamos acampar entre los hombres. El Verbo de Dios colocó su tienda
entre nosotros, es decir, se hizo nómade, peregrino y es más, no tiene ni siquiera
donde reclinar su cabeza (Cf. Mt 8,20). Es un hombre ‘de salida’, es
des-centrado, extrovertido, lanzado hacia los demás, hacia los suyos. La
esencia del cristiano es por tanto imitar a su Maestro. El cristiano y la
cristiana que quieren ser misioneros en este tiempo de la historia deben ser
‘callejeros de la fe’ como bella y simplemente ha dicho Francisco. Que el Verbo
haya acampado entre nosotros, ¿no es acaso un momento en el que se hace lío? La
Encarnación es paradójica, es radicalmente novedosa y sorpresiva. Dios, el
Eterno, fue capaz de abajarse, de someterse a la condición humana.
Su
Encarnación fue la ‘revolución de la ternura’ (EG 88), y esa ternura se expresó
también en su paso peregrino por el desierto. En el desierto aprende a amar a
los suyos, especialmente a los pobres. Es más, y siguiendo a Francisco en
Evangelii Gaudium, “La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la
permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt
25,40)” (EG 179). Ese es el desafío de la Iglesia que debe recorrer el camino
cuaresmal por el desierto de la historia. ¡HAY QUE ACAMPAR ENTRE NUESTROS
HERMANOS! ¡HAY QUE SER IGLESIA DE SALIDA!
Este es finalmente
el paso por el desierto de la Cuaresma que nace como consecuencia de la
Encarnación.
Este “es el
misterio de la Kénosis de Dios en Jesucristo, que debe repetirse en nuestras
comunidades eclesiales. Y esta humillación es la aceptación sin reservas de los
otros, el pleno compromiso con ellos en sus desgracias, en su circunstancia
concreta. Dios estará entonces a punto de resucitar”11. Si asumimos por tanto
que la Cuaresma es el grito de esperanza del pueblo de los pobres, de la
Iglesia, añorando que su Señor salga victorioso del sepulcro y confirme que la
muerte no tiene ya poder sobre el hombre, ahí y sólo ahí podremos decir: ¡Sí!
¡Hemos recorrido exitosamente el desierto de la duda, de la tentación, el
desierto en donde somos verdaderamente hombres y mujeres junto al Verbo
Encarnado! ¡Sí! ¡Ahora podremos volver con Jesús del desierto y anunciar que el
tiempo se ha cumplido, que el Reino de Dios ha llegado!12 ¡Sí! ¡Ahora es el
tiempo, ahora es el hoy de la salvación en donde la misión de anunciar a todos
los pueblos ese mismo Reino y su Evangelio que no son otra cosa que la persona
misma de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, se debe hacer tiempo de
compromiso y consecuencia!
¡BUEN
RECORRIDO POR EL DESIERTO CUARESMAL JUNTO AL VERBO ENCARNADO!